Coches para el recuerdo: Renault Fuego
El Renault Fuego fue el hermano desenfadado del R18, un deportivo que hoy empieza a salir del purgatorio: fiable como los Renault coetáneos, su carrocería coupé siempre llamó la atención. Lo probamos.
En los años cincuenta la mayoría de los españoles soñaban, a lo sumo, con tener un coche. Afortunadamente, la cosa fue cambiando en los sesenta… poco a poco, eso sí. Y ya en los setenta, cumplida en muchos casos la necesidad básica de desplazamiento motorizado, empezamos tímidamente a demandar más valores: los padres de familia, mayor habitabilidad; y, los jóvenes, más potencia. Así llegamos a principios de los ochenta, en los que recuerdo una eclosión de coupés que venían con la firme intención de darnos ese plus de deportividad y exclusividad respecto a las berlinas, de las que en algunos casos derivaban.
Siempre ha existido este tipo de modelos, es de Perogrullo, pero me atrevería a afirmar hoy que su popularización, referido tanto a la accesibilidad como a su producción masiva, se aceleró en ese cambio mencionado de décadas. De Inglaterra nos llegaban los Triumph TR7; de Italia, los Lancia Beta Coupé y los Alfa GTV; de Alemania, los Porsche 924, 944, VW Scirocco, Ford Capri y Opel Manta, entre otros. Así que era de esperar también una respuesta francesa, con un modelo que tomase el relevo de los Renault 15 y 17 de los años setenta.
Nace el Renault Fuego
Los ochenta, decía, fueron una época maravillosa y de cambios en el automóvil. Con apenas diez años, recuerdo la imagen del Renault Fuego vinculada a las primeras canciones de Mecano, los capítulos de Mazinguer Z o el balón Tango-Adidas. Y en su origen se nos escapaba una mirada de inocente deseo a toda la pandilla cuando lo veíamos por la calle. Treinta y pocos años después, la línea diseñada por Robert Opron, autor entre otros de los Citroën SM, Alpine A310 y Renault 25, todavía conserva el estilo fluido, sin estridencias, que llamaba tanto mi atención. Entonces veía con los ojos de crío en esas curvas suaves y tanta superficie acristalada un cierto aire futurista. Aunque confieso que siempre la consideré algo escasa de agresividad. Agradaba a muchos y dejaba indiferente a pocos.
Como a mí, le ocurrió a José María Morales, propietario de este Renault Fuego GTX que hoy probamos. “En mi familia –cuenta- siempre ha habido algún Renault. Mi padre tuvo un Ondine, un R8… Y claro, como decías, cuando empecé a interesarme por los coches, con 9 o 10 añillos, el Fuego me parecía de otro mundo. Hoy que tengo uno y hablo con conocimiento de causa, me sigue encantando. Su conducción, su comodidad y lo poco que consume permitirían usarlo como coche de diario, y además, para los que nos gustan los rallyes de regularidad, es un coche que se desenvuelve muy bien en ellos”.
Dentro del Renault Fuego
Una vez dentro, constato las palabras de José María. Posee una habitabilidad capaz para cuatro adultos, confortables butacones con riñoneras -aunque de escaso agarre lateral-, un salpicadero limpio y ordenado, aire acondicionado, elevalunas eléctricos, apertura remota del maletero –a pesar de que requiere abrir la puerta del conductor para accionar el tirador-, antinieblas delanteros y traseros, etc. En definitiva, un completo equipamiento, amplio espacio disponible y correctos acabados.
Una vez en marcha y como indica su dueño, podría usar todos los días el Renault Fuego para ir a trabajar. La dirección –asistida- funciona bien, el cambio de cinco relaciones, sin ser rápido, es suave de accionamiento y las suspensiones reflejan correctamente un acertado compromiso entre estabilidad y confort. No me atrevería, sin embargo, a tacharlo de deportivo «sensu stricto», pues penalizan estrepitosamente los desarrollos del cambio demasiado largos, que le restan viveza cuando se quiere ir rápido. A cambio, sus consumos son ajustados, en torno a los 8 y 11 litros de media.
El Renault Fuego tiene, eso sí, una segunda marcha ideal para mantener en zonas muy ratoneras la regularidad de los rallyes, como dice José María. A mi juicio, no obstante, le falta nervio. Sí, es robusto y poco tragón, pero al motor de dos litros y 110 CV de potencia le cuesta subir de vueltas. Su rodar cómodo, bien aislado acústicamente y ayudado por su CX de tan solo 0,348, permite mantener cruceros altos y con buena estabilidad. Ahí radican sus virtudes dinámicas. Estamos frente a un coupé con una elevada velocidad punta —ronda los 190 km/h— y muy rutero. Y llegado el caso, se defiende bien en zonas sinuosas, ayudado por una amortiguación más firmes que la de la berlina con la que comparte algunos componentes, el Renault 18.
Pero, sobre todo, se nota la estabilidad que proporcionan en el Renault Fuego sendas estabilizadoras, pese a tener que equilibrar un reparto de peso descompensado del 60/40 por ciento entre sus trenes delantero y trasero. Por lo que era de esperar su carácter subvirador, aunque no torpón. De hecho, su ligero tren trasero se descolocará si lo descargas en pleno apoyo en curva. Más de un usuario inexperto se quejó en su momento de coletazos intempestivos… debido seguramente a frenazos bruscos o al mero hecho de quitar gas de repente en plena trazada.
Porque el Renault Fuego es un coupé noble si lo llevas por su sitio y a ritmo alegre. Me gusta buscar el vértice de la curva, esperar a que protesten los neumáticos y pisar a fondo sin miedo. Y descuida, que no “pierde rueda” fácilmente. Yendo con unas presiones de 2,2 en ambos ejes, obedece sin rechistar, dibujando bien la curva y ofreciendo sensación de control. Respecto a los frenos, volvemos a lo mismo: a pesar de los tambores traseros, la frenada es contundente, aunque en mal firme tiende a descolocarse ligeramente. Pero eso conduciendo a las bravas, porque en uso normal, no encontraremos ningún problema y con buen asfalto todavía menos. No eché de menos más potencia de frenada en el nuevo Renault Fuego; además el equipo aguanta bien y no desfallece.
Así pues, este coupé que antaño se vendiera a un precio relativamente competitivo (algo más económico que sus rivales de Opel y Ford) y que fuera un signo de distinción entre la clase media acomodada, sigue mostrándose parco en consumo y fuerte en fiabilidad. Estamos ante un neoclásico útil incluso para el día a día actual, familiar, fácil y cómodo de conducir, bien dotado y con encanto. El Renault Fuego reunía las ventajas de una berlina y la estética de un coupé, algo que todavía se cotiza y valora hoy. Es verdad que nunca pretendió ser un coupé deportivo de altas prestaciones, pero, en conjunto, su elegante línea, la amplitud interior, el confort y las aptitudes ruteras lo convertían en un modesto aspirante a “GT” a precio de berlina media de gran serie.
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